«—¿Qué tenías que ver con el
pueblo?. Al pueblo le gusta Chaikovski. (Digo lo que no quiero decir. ¡Calla,
Rosa María, por lo que más quieras!)
—¿Con el pueblo?. Aunque te extrañe, todo.
—¿Qué es el pueblo?.
—La gente que Dios ha puesto sobre la tierra.
—¿Crees en Dios?.
—No. No en el que tú crees.
—¿Entonces en cuál?.
—En ninguno y en todos. Defendemos a los que nada tienen contra los que lo poseen todo.
—¿No te parece muy elemental?.
—Lo es. Pero esto es precisamente lo que nos empujó a todos: lo elemental, lo primario, lo evidente, lo legítimo, lo auténtico, el arranque. Tuve confianza.
—¿En qué?.
—En mí.
—¿No la tenías antes?.
—No.
La mira, los ojos en los ojos.
—Me crecieron raíces.
—Y te hiciste comunista.
—Sí.
Se extraña de que no le tome la mano, sentados, ni el brazo por la calle; de que no hiciera intento de besarla. ¿Lo desea?. Dícese que no.
—¿Y qué esperas de toda esta matanza?.
—De la matanza, como es natural, nada. Pero estamos luchando por, por… un poder creador.
—¿Qué es eso?.
—No es fácil describírtelo. La esperanza…
—¿De que les guste a todos Stravinski o Ravel?.
—Es una buena definición para una alumna del Conservatorio.
—Así, ¿bien separados el bien y el mal?.
—No me hagas más tonto de lo que soy.»
—¿Con el pueblo?. Aunque te extrañe, todo.
—¿Qué es el pueblo?.
—La gente que Dios ha puesto sobre la tierra.
—¿Crees en Dios?.
—No. No en el que tú crees.
—¿Entonces en cuál?.
—En ninguno y en todos. Defendemos a los que nada tienen contra los que lo poseen todo.
—¿No te parece muy elemental?.
—Lo es. Pero esto es precisamente lo que nos empujó a todos: lo elemental, lo primario, lo evidente, lo legítimo, lo auténtico, el arranque. Tuve confianza.
—¿En qué?.
—En mí.
—¿No la tenías antes?.
—No.
La mira, los ojos en los ojos.
—Me crecieron raíces.
—Y te hiciste comunista.
—Sí.
Se extraña de que no le tome la mano, sentados, ni el brazo por la calle; de que no hiciera intento de besarla. ¿Lo desea?. Dícese que no.
—¿Y qué esperas de toda esta matanza?.
—De la matanza, como es natural, nada. Pero estamos luchando por, por… un poder creador.
—¿Qué es eso?.
—No es fácil describírtelo. La esperanza…
—¿De que les guste a todos Stravinski o Ravel?.
—Es una buena definición para una alumna del Conservatorio.
—Así, ¿bien separados el bien y el mal?.
—No me hagas más tonto de lo que soy.»
(Max AUB
MOHRENWITZ; París, Francia, 2 de junio de 1903 – Ciudad de
México, México, 22 de julio de 1972.
Campo del Moro –El Laberinto Mágico V-, 1963.)
Vivimos tiempos confusos en los que el
repliegue de la razón de la igualdad ha
dejado el campo libre al discurso ufano
de la competencia... El impulso de lo que Adam Smith llamara sano egoísmo como motor de un crecimiento económico que siempre aplaza
el problema de la justicia distributiva
en aras de la acumulación, ha
arrasado con todo y ha configurado un imaginario
colectivo en el que cualquier apuesta igualitaria
o comunitarista aparece como una simplificación trasnochada, como una tontería maniquea, casi como un exabrupto...
Pero
el caso es que el presente sometimiento gozoso
(y bien remunerado) de las burocracias
estatales y las castas políticas
que las gestionan a los intereses de los
amos del mundo, o sea a la implantación
política de dicho imaginario choca frontalmente con una situación en la que
las diferencias en la participación en la
riqueza aumentan cada día entre los seres humanos, haciendo más ricos a los menos y más miserables a los más.
Así
que la cosa comienza a no colar... Y la cohesión
social misma ya está en juego, frenada ya tan sólo por las redes de solidaridad horizontal
renacidas más allá de los arbitrios de los Estados y las inercias residuales
del espejismo del bienestar.
Nacho Fernández del Castro, 20 de Abril de 2013
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