«...¿Qué ciudades en llamas le enseñaron a ella y
la muerte del amor me enseñó a mí... que somos muy peligrosos?. ¡Y por eso, por
eso me despierto todas las mañanas como un niño..., aún ahora, aún ahora!. Te
juro que podría amar al mundo nuevamente... ¿Basta con poseer el conocimiento?.
Saber, aunque sea felizmente, que nos reunimos malditos, no en un cierto jardín
de frutos de cera y árboles pintados, en ese fementido Paraíso, sino después,
después de la caída, después de muchas, muchas muertes. ¿Basta con saber?. Y el
deseo de matar nunca se mata, pero poseyendo la bendición de un coraje es
posible mirarlo a la cara cuando aparece, y con un golpe de amor..., como a un
idiota en la casa..., olvidarlo; una y otra vez... ¿Eternamente?... Se te hace
tarde. Gracias por haberme dedicado este tiempo. No, no es la certidumbre, no
es eso lo que siento. Pero parece factible... no tener miedo. Tal vez sea eso
lo que uno tiene. Se lo diré a ella. Sí, sabrá, comprenderá lo que quiero
decirle.»

(Arthur Asher MILLER, Premio
Príncipe de Asturias de las Letras 2002; New York, Estados Unidos,
17 de
octubre de 1915 - Roxbury, Connecticut, 10 de febrero de 2005:. Fragmento de la reflexión
final de Quentin en After the Fall -Después de la caída-, 1963 -1965
para la edición en castellano-.)
Parece
evidente que la situación no puede durar y que algún giro habrá que dar a esto,
pero, “¡oiga!, deben pensar los amos del mundo, mientras dura, dura: ande yo
caliente y jódase la gente... Luego, ¿que nos quiten lo bailao”.
Pero
en algún momento las llamas de cualquier ciudad o la muerte del amor al mundo convertirá a los miserables en peligrosos,
en malditos reunidos en rincones
reales, más allá
de los decorados de cartón-piedra
de la sociedad del espectáculo, desbordando las insuficiencias de su saber con la voluntad desesperada de matar el miedo... Porque tal vez eso sea lo
único que les quede después de la caída global:
la conciencia clara de una necesidad
imperiosa de matar el miedo.
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