«A veces, la vida se comporta como
un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso
todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las
costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojos con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve más rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.»
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojos con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve más rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.»
(Liliana BODOC; Ciudad de Santa Fe,
Argentina, 21 de Julio de 1958. Inicio del cuento que da título al
libro Amigos por el viento, 2007.)
Sin duda este vendaval, ante cuyo paso
peligran las instituciones que creíamos
más sólidas y los bienestares que
considerábamos más irreversibles, indica muchas cosas, nos quiere decir mucho;
pero, en la ceremonia de la confusión
en la que viven nuestras sociedades,
bajo el ascenso de la insignificancia
que promocionan los medios de comunicación
de masas, casi nadie puede entenderlas con una mínima claridad... Así que,
en tiempos de fragmento que niegan la
posibilidad de miradas omnicomprensivas,
tenemos que conformarnos con eso: nuestros oídos ensordecidos por tanto ruido mediático y nuestros ojos cegados
por tanta el polvo de tanta apariencia
diseminada, no dan para más.
Nos parece, acaso, percibir sonidos inconexos que nos remiten a representaciones sociales reconocibles,
creemos ver imágenes fugaces que podrían
encajar en cosmovisiones o imaginarios colectivos identificables...
Pero las cosas evolucionan a mayor velocidad que nuestra capacidad de comprensión y, perdidos en la maraña de los viernes de recortes y otros “días hábiles”
que ya sólo lo son para anunciar cierres
patronales y aumentos del desempleo,
no acertamos a realizar prospección alguna del cuándo y el cómo regresará
la calma (la cohesión y el bienestar mínimos, los afanes suficientes para posibilitar
alguna esperanza)... Ya ni siquiera
nos atrevemos a confiar en que regresará alguna vez.
Y esto es terrible, porque, como decía ya
hace muchos siglos el “trepa” cordobés Lucio Anneo Séneca, “no hay viento favorable para el que no sabe dónde va”: los amos del mundo, sus testaferros políticos y sus voceros
mediáticos sí parecen saberlo, al menos en el corto plazo que atañe a sus propios bolsillos... Por eso el viento
les favorece.
Nacho Fernández del Castro, 11 de Noviembre de 2012
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