«Se me encogió el estómago y me pareció que a los demás también, pero
fingí no inmutarme, aunque estaba segura de que si me hubieran hecho una foto
en aquel momento, en el cliché se hubiera grabado la mueca de sufrimiento que
pretendía ser sonrisa.»
(Lidia FALCÓN O'NEILL; Madrid, 13 de diciembre de 1935. Párrafo del
Capítulo 3 de Al fin estaba sola, 2007.)
Reír por no llorar, ponerle
al mal tiempo buena cara... Son en suma expresiones
distintas, formas diversas de hacer frente al dolor, a la ignominia o a
los retos que se presienten, perciben o saben insuperables.
Durante
siglos las mujeres concretas (no esa “mujer
abstracta” tan frecuente en los discursos académicos y bien pensantes) se
vieron condenadas a vivir su vida haciendo de tripas corazón, riendo por no
llorar, poniéndole al mal tiempo buena cara... Y ahora otros muchos colectivos
de personas concretas (inmigrantes, “currantes” precarizados y desregulados,
adolescentes sin futuro, gentes de edad provecta sin fortuna,...) se van
sumando a esa situación en los tiempos del oprobio
globalizado. Por supuesto, entre ellos hay solapamientos (hay mujeres en todos ellos, la población inmigrante
es un banco de pruebas para la progresiva precarización y desregulación laboral,
adolescentes sin futuro se verán abocados a trabajos precarios y sin regulación
alguna,...), pero, sobre todo, hay un elemento común: la exclusión del poder real
(económico) y de sus testaferros políticos
(cierto es que entre estos crecen las mujeres, pero lo hacen en representación de esa “mujer abstracta”, resultante de cuotas y transformaciones conductuales que las “homologan funcionalmente”) y voceros
mediáticos.
Nacho Fernández del Castro, 4 de Noviembre de 2012
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