«Mi madre murió en el momento en que yo nací, y así, durante
toda mi vida, no hubo nunca nada entre yo y la eternidad; a mi espalda soplaba
siempre un viento negro y desolado. Al principio de mi existencia, yo no podía
saber que iba a ser así; no lo supe hasta llegar a la mitad de mi vida, justo
en aquel tiempo en el que había dejado de ser joven y descubrí que algunas de
las cosas que siempre había tenido de sobra ahora eran menos abundantes, y que
poseía más de algunas otras de las que apenas había disfrutado en absoluto. Y
ese descubrimiento de pérdida y de recompensa me hizo reflexionar acerca del
pasado y del futuro: en mi origen estaba esa mujer cuyo rostro yo nunca había
visto, pero al final no había nada, nadie entre mi persona y ese negro espacio
que es el mundo.»
(Elaine
Cynthia Potter Richardson, conocida como
Jamaica KINCAID;
Saint John's, Antigua y Barbuda, 25 de mayo de 1949. Inicio de The
autobiography of my mother –Autobiografía de mi madre-, 1996 -2007 para la edición en castellano-.)
Son,
en realidad, todas aquellas personas que, sin el apoyo de un origen (por confusión o pérdida) capaz
de actuar como barrera frente la
adversidad, tampoco han logrado en el presente
compensar la pérdida de viejos ímpetus y
afanes con la adquisición de las condiciones
de posibilidad de nuevos y más calmados bienestares.
¿Cuánta
gente se arrastra en esta situación, privada
del manto protector de sus ancestros
y víctima de un sistema de exclusión
planificada?... ¿Cuánta gente no tiene ya argumento alguno para confiar en
una casta política que dice representarla mientras, en realidad,
ejerce como eficaz testaferro de los poderes económicos cuyos intereses la
condenan?... ¿Cuánta gente, en suma, no encuentra ya ninguna razón para la esperanza?.
Para
cada una de esas personas el mundo se
ha tornado en un lugar tenebroso e inhóspito... Un espacio con dueños concretos, valedores políticos y voceros
mediáticos, empeñados en desarrollar en la vieja Europa políticas de ajuste neoliberal repetidamente fracasadas en Latinoamérica y en África,
empeñados en extraer hasta las últimas gotas de sudor y sangre del pueblo para, convertidas en dinero público, saciar con él la voracidad de los poderosos, como los sacerdotes totémicos intentaban saciar
la ira de los fieros
dioses tribales de
la antigüedad con sacrificios humanos...
Empeñados, en suma, en arriesgar la endeble cohesión
social en aras del beneficio inmediato de los menos.
Nacho Fernández del Castro, 15 de Noviembre de 2012
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