sábado, 24 de noviembre de 2012

Pensamiento del Día, 24-11-2012


«Doña Eloisa dudó antes de preguntar a Mónica, la voluntaria social:
-¿Tu crees que debo poner el belén?. En casa lo hemos puesto siempre, primero para el hijo, luego para los nietos y cuando quedamos solos, él y yo, pues también. Pero ahora?.
-Ahora igual. A
él le gustaría- cortó la asistenta social, cumpliendo su obligación de mantener ilusionados a los ancianos.
La voluntaria ayudó a la anciana a sacar del armario las figuritas y a componer el belén.
(Le quedaba grande el pisito glacial, donde había vivido con su marido y su hijo)
Mónica volvió al cabo de un par de días, sin tocarle el turno, sólo para traer varias ramas de abeto, una vela roja y bolas de colores.
-Bueno nosotros nunca hemos sido de árboles de Navidad- apuntó doña Eloísa, casi disculpándose.
Pero colocaron todo.
-Gracias, hijita, eres un sol- le dijo doña Eloísa, ya en el descansillo de la escalera.
-Pásalo muy bien y tomate un chupito a mi salud, pero sin abusar, ¿eh?-replicó la muchacha, amenazándola con cariño.
-Huy, qué dices, si nunca me ha gustado beber.
-Un chupito, sí, mujer.
-Bueno, pero sólo uno; antes de la Misa de Gallo.
-Muy bien. Y entra que te hielas.
El día de Nochebuena, tras cenar como un gorrión, y acomodarse en la camilla -mañana lavaré los platos, no es cosa de andarse hoy con fregoteos-, lanzó una mirada nostálgica a la foto de su esposo, otra al belén, y se dispuso a esperar la misa del Papa. Entretanto disfrutaría del programa de variedades de la primera cadena.
Y en ésas estaba, cuando apenas probado el anís, sonó el timbre de la puerta. No eran horas de visita, a no ser que algún vecino hubiese decidido felicitarle las Pascuas a última hora. Por si acaso, acudió a entreabrir la mirilla, y casi se viene al suelo, de la sorpresa.
Papá Noel, el mismísimo Papá Noel en persona, con su uniforme rojo, la luenga barba blanca y el capuchón con borde de piel blanca también, le sonreía al tiempo que silbaba Jingle Bells y hacía sonar, manteniéndola en alto, una campanita minúscula.
-!Feliz Navidad!
Y como doña Eloísa tardara en reaccionar, el ilustre visitante aplicó un de sus ojos al de bronce.
-¿Es que no me van a dejar entrar?
-Pe...pero...-logró tartamudear la ancian al fin, mientras abría.
-!Feliz Navidead!-repitió Papá Noel, una vez de cuerpo entero en el dintel. Y agitó de nuevo su campanilla, sin olvidar la sonrisa.
Era más alto y delgado de lo que suele corresponder a la inmagen del personaje, y portaba junto a una especie de pequeño zurrón en bandolera, un paquete envuelto en papel de fantasía, sujeto con un lazo dorado.
-Adelante,adelante-dijo doña Eloísa, y se apartó para franquearle el paso.
Papá no lo pensó dos veces. Entró, cerró tras de sí con extremo cuidado, y tendió el paquete.
-¿Es para una servidora?-preguntó la anciana, que no salía de su asombro.
-!Y como no!-replicó él.
Entonces la mujer le invitó a tomar algo, y lo pasó al comedor. Dejó el regalo sobre la camilla, sin abrirlo, y fue a sacar otra copa del armario.
-Supongo que todo esto es cosa de la señorita Mónica-aventuró casi para sí misma, mentras servía el licor.
-Ah, no puedo decirle, mire.
Y se echó al coleto el anís. Hablaba con un acento indefinible y la mujer lo hizo notar.
-Usted no es de aquí.
-No por supuesto. Vengo de muy lejos, ¿sabe?
Doña Eloísa decidió seguir el juego.
-Ah, ya entiendo. Bueno pues siéntese un ratito...
-No, muchas gracias. Tampoco puedo.
-!Que pena!-exclamó con sinceridad ella porque era un hombre encantador. Y preguntó:
-¿Cómo voy a corresponder entonces?
Papá Noel abrió el zurrón y sonrió por enésima vez.
-Dando algo pora los niños pobres del mundo.
La anciana achinó un tanto sus ojines antes de exclamar, sólo medio en broma:
-Huy, pero si yo también soy pobre...
-No tanto como ellos. Eche algo, aunque sea poco. Se lo agradecerán igual.
-No sé, dejeme ver.
Y salió hacia el dormitorio. Papá Noel la siguió por el pasillo, a cierta distancia, como dejándola que tomara su tiempo, e insinuó:
-Habrá cobrado ya la paga extra...
La voz de la anciana llegó desde el interior del cuarto
-Gracias a eso. !Ay, si usted supiera!.
Doña Eloísa seguía rebuscando a la luz de la lamparita de noche en la vieja cartera del marido, cuando algo, un crujido o un presentimiento, la hizo volverse.
La silueta de Papá Noel, recortada contra el resplandor del pasillo, cayó sobre ella al instante para arrancarle la cartera de las manos, y empujar a su dueña contra la pared.
Aterrada, doña Eloísa vio cómo, a renglón seguido, el hombre abría a empellones el armario de luna, la cómoda y la mesilla, hurgaba entre la ropa y volcaba el contenido de cajas y cajones sobre la cama cuyo colchón levantó asimismo para palparlo mejor. Hasta metió la mano en la lámpara del techo, y levantó al Sagrado Corazón de su trono, mientras insultaba a la mujer y le exigía, no a gritos, pero sí con rabia tensa, cuanto poseyera de valor.
-¡Dame lo que tengas, vieja zorra, o te mato aquí mismo!.
Le echó las manos al cuello para despegarla del muro y zarandearla a gusto. Doña Eloísa rompió a chillar por fin, y él se apresuró a callarla con un sonoro bofetón que la tumbó de plano en la cama. Después la izó por los pelos hasta su altura para escupirle en pleno rostro.
La mujer no tenía más dinero, como repitió entre sollozos y quejidos, pero sí conservaba cuatros cositas, pulseras y pendientes de oro, aparte de un collar de perlas cultivadas -regalo de boda, según hizo constar-y el reloj igualmente de oro que fuera de "él" y, antes, perteneciera al padre de él, es decir a su suegro.
Cuando se hubo embolsado todo, no sin manifestar con resoplidos el desprecio que le merecían semejantes baratijas, Papá Noel devolvió a doña Elena a su cama de un segundo envite, la sujetó por las muñecas y le tapó la boca con tiras del esparadrapo que sacó del zurrón, cortado a dentelladas rápidas, y feroces; la desnudó como pudo, rasgándole parte de la ropa, medio se desnudó él a su vez-excepto peluca, barba y bigotes blancos, todo lo cual mantuvo puesto-, y la cabalgó mientras trataba desesperadamente de masturbarse. Al no conseguir la eyección hurgó en la víctima donde cabía hacerlo, sin atender gritos sofocados ni posibles desgarrones, en medio de risotadas, blasfemias y procacidades, imposibles de recoger aquí.
Hasta que, agotada la imaginación y exhausto de fuerzas, con sus risas convertidas en baba, y el afán en espasmos, Papá Noel decidió rematar la faena defecando sobre la pobre mujer, quien ni siquiera lloraba ya, perdida a ratos la conciencia o al menos la razón, y creyéndose catapultada a los abismos del infierno para in sécula.
Concluido el desafuero, Papá Noel se vistió con tranquilidad y comprobó su aspecto en la coqueta, mientras desde el fondo del espejo, doña Eloísa continuaba mirándole, amordazada y con los ojos a punto de saltársele de las órbitas, intentando dar aún pataditas al aire pero sin despegar ya las piernas del lecho, intuyendo que quedarse sola en semejante situación significaba la muerte.
Impasible, el personaje abrió el frasquito de la colonia, se perfumó, volvió al comedor, recogió el regalo sin abrir así como la campanita de marras, bebió un segundo trago, ahora a morro, consultó la hora y acabó saliendo del piso, fresco y recuperado ya, siempre silbando el "Jingle Bells".
[…]
La prensa del día veintiséis, puesto que en el de Navidad no se venden periódicos, hablaría de dos asaltos más con robo y violación por parte de cierto Papá Noel -¿acaso el mismo?-; un matrimonio de impedidos y una funcionaria jubilada. En el primer caso el marido había muerto a consecuencia de la impresión y de los tratos recibidos. Y al cabo de una semana larga, pasado Año Nuevo, se descubrió el cadáver de una tercera anciana, asaltada igualmente en Nochebuena.»
(José Luis BORAU MORADELL; Zaragoza, 8 de agosto de 1929 - Madrid, 23 de noviembre de 2012; Premio Nacional de Cinematografía 2002.  "Visita de gallo" en Navidad, horrible Navidad, 2003.)
Quien fuera un cineasta extraño, variopinto, parsimonioso, ya no nos dará más imágenes... Porque, navegando entre paradojas, se inició en el cine de género, incluyendo un western temprano (Brandy, 1964), encontró al gran público de  del cine español a mediados de los setenta (Furtivos, 1975), rodó en Hollywood (On the line, 1984) y vio como sus últimas películas, consideradas obras maestras por buena parte de la crítica (incluyendo el Goya 2000 a la Mejor Dirección por Leo), se encontraban con salas casi vacías.
Sucesor de Fernando Fernán Gómez en la representación del lenguaje del cine en la Academia de la Lengua, fue desgranando una obra literaria tardía que ya ha agotado sus palabras.
Siempre presto a mostrar, desde sus contradicciones, las contradicciones del mundo, con imágenes o palabras, su aspecto bonachón fue frecuentemente desmentido por su capacidad para bucear sin hipocresías ni correcciones políticas en las manifestaciones perversas de lo aparentemente entrañable, desde la familia a la Navidad.
Porque, con frecuencia, lo que la sociedad considera "mercantilmente entrañable" (ya Navidad, Horrible Navidaddecía Melendi que "la Navidad la ha inventado el Corte Inglés") esconde tantos rincones de sombra que posibilita la mirada más perversa, el relato más descarnado.
De hecho, la Navidad es horrible para mucha gente, hasta el punto de ser ahora objeto de estudio de la Psiquiatría.
Borau lo sabía bien... Así que ya no llegará a esta cuyas luces ya se insinúan en todas nuestras calles.
Nacho Fernández del Castro, 24 de Noviembre de 2012

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