jueves, 29 de noviembre de 2012

Pensamiento del Día, 29-11-2012



«1. El Sistema educativo asegurará la unidad del proceso de la educación y facilitará la continuidad del mismo a lo largo de la vida del hombre para satisfacer las exigencias de educación permanentemente que plantea la sociedad moderna.
2. Su desarrollo se ajustará a los siguientes principios:
a) Los niveles, ciclos y modalidades educativas se ordenarán teniendo en cuenta las exigencias de una formación general sólida y las necesidades derivadas de la estructura del empleo.
b) El sistema educativo responderá a un criterio de unidad e interrelación. Se estructurará sobre la base de un régimen común y regímenes especiales para casos singulares y concretos, como modalidades de aquél.
c) La conexión y las interrelaciones de los distintos niveles, ciclos y modalidades de la educación permitirán el paso de uno a otro y las necesarias readaptaciones vocacionales, ofreciendo oportunidades para la reincorporación de quienes habiéndose visto obligados a interrumpir los estudios deseen reanudarlos.
d) El contenido y los métodos educativos de cada nivel se adecuará a la evolución psicobiológica de los alumnos.
3. Será establecido un sistema de revisión y actualización periódica de planes y programas de estudio que permita el perfeccionamiento y la adaptación de los mismos a las nuevas necesidades y cuya frecuencia no perjudique la debida estabilidad.
4. La orientación educativa y profesional deberá constituir un servicio continuado a lo largo de todo el sistema educativo, atenderá a la capacidad, aptitud y vocación de los alumnos y facilitará su elección consciente y responsable
. (Artículo 9, en el Capítulo Primero,  “Disposiciones Generales”, del Título Primero, “Sistema Educativo”, de la Ley General de Educación y Financiamiento de la Reforma Educativa de 4 de agosto de 1970, impulsada, como Ministro de Educación y Ciencia, 1968-1973, por José Luis VILLAR PALASÍ; Valencia, 30 de octubre de 1922 - Madrid, 7 de mayo de 2012.)
Uno debe estar haciéndose viejo... De repente, uno se descubre a si mismo haciendo autoexamen (eso si, sin ningún rigor ignaciano) de su cuarto de siglo de dedicación a la escuela pública y, ¡oh!, sorpresa, echando de menos la norma educativa del postfranquismo...
Y es que aquel texto estival de 1970, la Ley General de Educación y Financiamiento de la Reforma Educativa animada por los sectores democratacristianos que colaboraron con el franquismo pero siempre resultaron sospechosos para el núcleo duro de éste, y lanzada en concreto por un ministro, Villar Palasí, de aliento ilustrado y don de lenguas (se dice que hablaba doce idiomas, incluyendo su valenciano natal y tres lenguas chinas), no sólo fue la de nuestro Bachillerato, sino la nuestro incio en la tarea docente.
Y esa tarea docente nunca fue tan libre, tan abierta a los afanes innovadores y el trabajo cooperativo de quienes nos dedicábamos a la enseñanza. A la vez que el marco normativo consagraba, por vez primera, un largo periodo de aprendizajes comunes (de seis a catorce años, la extinta Educación General Básica), en un sistema unitario, universal, obligatorio y gratuito, para el que los conciertos educativos con centros privados eran todavía pura ciencia ficción.
Uno, ya digo, analizando sus propias vivencias, tiene la sensación de que las ilusiones de buena parte de quienes entonces desbordaban (desbordábamos) entusiasmo emancipador, se fueron ahogando en la letal sopa de letras en la que se fue convirtiendo la política educativa en la llamada democracia...
Porque la LODE (1985) de José María Maravall, la LOGSE (1990) de Javier Solana, la LOPEG (1995) de Gustavo Suárez Pertierra, la LOCE (2002) de Pilar del Castillo y la LOE (2006) de María Jesús San Segundo, más allá de las particularidades partidistas de cada momento, marcan un proceso de ahondamiento constante en dos tendencias, iniciadas ya desde las primeras leyes socialistas: la burocratización de los procesos de enseñanza-aprndizaje, por un lado, y, por otro, la privatización sucesiva de la educación.
La primera se realiza mediante una creciente protocolarización de la actividad educativa que deriva en un desinterés total por parte de las autoridades políticas por lo que realmente ocurre en las aulas, mientras esté convenientemente documentado según norma... Probablemente, el fenómeno que mejor simboliza este aspecto es el del paso de los viejos y espontáneos movimientos de renovación pedagógica vinculados a la propia práctica en las décadas de los setenta y los ochenta del pasado siglo, a los Centros del Profesorado y Recursos para un funcionamiento como agencia administrativa expendedora de certificados de formación con cierta repercusión salarial, y, por último, a una Secretaría General de las Consejerías de Educación correspondiente desde la que algún burócrata político con su amplio equipo de asesores deciden tras una mesa qué es innovar y dónde y cuándo hay que hacerlo.
La segunda se realiza, fundamentalmente, a través de la extensión constante de los conciertos educativos, pero, además, para legitimarla se va configurando la red pública educativa como subsidiaria de la privada-concertada, pervirtiendo e invirtiendo el supuesto espíritu inicial de las normas al respecto mediante un proceso de degradación, general y específica, de lo público basado en la contención del gasto (con continuas transferencias netas a los sectores privados) y el impulso a la consolidación de un imaginario de lo púbico como asistencial.
Y, ¡ay de mí!, todo eso no estaba todavía, ni anunciado, en el texto legal de 1970... Ahora, el Anteproyecto de la Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa no hace sino acelerar e intentar culminar (con aire ufano y talante chulesco, eso sí) esos procesos... En definitiva, abandonar definitivamente cualquier resto del ideal emancipador que alentaba en el origen ilustrado de los sistemas educativos nacionales, concentrando todo su esfuerzo en la tarea normalizadora que también estaba presente en ese arranque en los albores del capitalismo. Ahora directamente se trata de legitimar la puesta del mayor número posible de personas a los pies de los mercados. Lo hace, defiende y pregona alguien, Wert, que, curiosamente, se cría políticamente a los mismos pechos nutricios de los demócratacristianos tardofranquistas que Villar Palasí... ¿Acaso por eso este proyecto, como la vieja ley, sólo habla de alumnos y de hombres?... Un proceso y un anteproyecto que parecen oler a rancio, buscar a Jacqu’s... Y haberlo encontrado en José Ignacio Wert, ¿vuelve el hombre?.
Nacho Fernández del Castro, 29 de Noviembre de 2012

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