«Lo que he entendido es que la guerra acabó, y que el
asesinato vuelve a estar penado por la ley –replicó Klaus Dietrich con
serenidad.»

(Pierre FREI; Berlín,
Alemania, 1930. Berlín 1945, 2007.)
Viene la cosa a cuento
porque ya es recurrente, en los días de huelga más o menos general,
que meapilas y bien pensantes se incorporen al discurso de la garantía del
derecho al trabajo. Suelen ser los mismos meapilas y bienpensantes a los
que nunca se les ocurre plantearse durante el resto del años que hacen los
poderes públicos (incluyendo el judicial o las llamadas “fuerzas del orden”)
para que se respete ese derecho al trabajo de más de cinco millones de personas
desempleadas, de otras tantas con condiciones laborales precarizadas y
abusivas,... Las mismas, en suma, que jamás se plantean que hacen esos instrumentos
directos de control del Estado para garantizar que ningún empresario
(grande o pequeño, privado o público) limite arbitrariamente el derecho a
huelga de quienes trabajan bajo su mando.
Y todos sabemos que una
cuarta parte de la población activa española estaría encantadísima de que se le
garantizase todos los días su derecho al trabajo, que la mitad de la
juventud española daría saltos de alegría si alguien pudiese garantizarle un futuro
laboral mínimamente digno... Porque eso que llamamos el sistema ha hecho
que el trabajo no forme parte de su aquí y su ahora, ni parece que vaya a incorporarse
a su mañana más inmediato.
Ante una casta
política volcada en una corrupción estructural (es lo que engrasa su
tarea de representación real de los intereses de los poderosos),
un poder judicial dando continuas muestras de inoperancia y desafuero, unas “fuerzas
del orden” que con frecuencia animan arbitrariamente la voluntad de las
porras, unos medios de comunicación que ponen voz a los imaginarios más
convenientes para el amo, ¿qué “esperanza institucional” puede albergar
esa ingente población que ha visto, que está viendo su vida precarizada?,
¿qué confianza en que la política vuelva a servir al bien común, en que la
justicia lo sea, en que la policía proteja al pueblo, en que los medios de
comunicación informen del mundo y denuncien sus males con subjetiva
(¡hay que
desconfiar siempre de quien se pretenda objetivo, independiente o
imparcial!) honestidad?... Evidentemente, sólo la que pueda forzar con
el ímpetu de sus manos unidas, de su capacidad de resistencia y de propuesta
colectiva.
Nacho Fernández del Castro, 14 de Noviembre de 2012
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