«Enrico Castells muerto. Tendido boca abajo, con la cabeza abierta de un
plumazo y cuatro litros de sangre desperdigados por su cara, por sus brazos,
por la arena sucia de la playa sucia. Lo encontró un cederista (Miembro de los Comités de Defensa de la Revolución,
organización de vigilancia de barrios) que llevaba cuarenta años en la
revolución pa' lo que sea Fidel, pa' lo
que sea. Primero le buscó el rostro para ver si era un vecino. Luego se
fijó en las botas, y como no las había visto en ninguna tienda pensó: un
extranjero.»
(Alejandro
HERNÁNDEZ; La Habana,
Cuba, 1970. Inicio de Algún demonio, 2007.)
Pero
el caso es que, en medio de un shock por
la debacle, la “hiperrracionalización
desde la minucia” suele resultar mucho más eficaz que la otra gran alternativa
de respuesta: la catatonia transitoria. Y es que, ante la presencia
de un dolor insuperable, la acción, aunque sea desvariada y corta de entendederas, siempre será más eficaz que la parálisis y la inacción. Es más, como los retos del dolor supremo (al igual que las manchas del Test de Rorschach) no tienen una interpretación canónica, una respuesta
verdadera, siempre habrá algo de canónico en cualquier interpretación, algo
de verdadero en cualquier respuesta.
Nacho Fernández del Castro, 5 de Noviembre de 2012
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