domingo, 18 de noviembre de 2012

Pensamiento del Día, 18-11-2012




«La educación es el punto en el cual decidimos si amamos al mundo lo suficiente como para asumir una responsabilidad por él, y de esa manera salvarlo de la ruina inevitable que sobrevendría si no apareciera lo nuevo, lo joven. Y la educación también es donde decidimos si amamos a nuestros niños lo suficiente como para no expulsarlos de nuestro mundo y dejarlos librados a sus propios recursos, ni robarles de las manos la posibilidad de llevar a cabo algo nuevo, algo que nosotros no previmos; si los amamos lo suficiente para prepararlos por adelantado para la tarea de renovar un mundo común.»
 (Hannah ARENDT, llamada Johanna Arendt; Linden-Limmer, Hannover, Alemania, 14 de octubre de 1906 – Nueva York, Estados Unidos, 4 de diciembre de 1975. De “La crisis de la educación”, texto de 1960 recogido en Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, 1996 –ampliando el original inglés Between Past and Future. Six Exercises in Political Thought, 1961, en el que ya estaba incluído-.)
Hoy, aquí y ahora, más allá de los tópicos sobre la necesaria adaptación a los tiempos, la educación afronta el reto de la gestión del inmenso bagaje de conocimientos acumulados, que nos han permitido ser una “especie biológicamente exitosa”, evitando cuidadosamente que su transmisión, más o menos torpe, los pueda convertir en un obstáculo para que las nuevas generaciones se incorporen activa y fructíferamente a su cultivo y crecimiento, en una barrera para que nuestras proles se sientan predispuestas y capacitadas para alentar y auspiciar la aparición de lo nuevo que en dicho saber acumulado se reconoce.
Porque la educación, si realmente pretende merecer ese nombre, no puede conformarse con el fomento del éxito individual de quienes están en condiciones socioeconómicas de alcanzarlo, como hacían los sofistas de la Atenas socrática o los preceptores ilustrados de la Francia rousseauniana, dejando al resto de la población al albur de los mercados para satisfacer sumisa y precariamente sus imposiciones (eso que, eufemísticamente, llaman demandas)... La educación, como actividad organizada en torno a la transmisión del conocimiento humano a las siguientes generaciones, remite inevitablemente a una dimensión política que exige su articulación universal y pública.
Precisamente porque, en definitiva, el éxito de su tarea de preparación de la infancia y la juventud presente para que sea capaz de innovar desde el saber recibido, sólo lo será en cuanto que ello derive en una renovación del mundo común, que sirva para posibilitar un planeta más habitable, una realidad más benévola para cada uno de los seres humanos.
Nacho Fernández del Castro, 18 de Noviembre de 2012

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