«La educación es el punto en el
cual decidimos si amamos al mundo lo suficiente como para asumir una responsabilidad
por él, y de esa manera salvarlo de la ruina inevitable que sobrevendría si no
apareciera lo nuevo, lo joven. Y la educación también es donde decidimos si amamos
a nuestros niños lo suficiente como para no expulsarlos de nuestro mundo y
dejarlos librados a sus propios recursos, ni robarles de las manos la
posibilidad de llevar a cabo algo nuevo, algo que nosotros no previmos; si los
amamos lo suficiente para prepararlos por adelantado para la tarea de renovar
un mundo común.»
(Hannah ARENDT, llamada Johanna Arendt; Linden-Limmer, Hannover, Alemania, 14 de octubre de
1906 – Nueva York, Estados Unidos, 4 de diciembre de 1975. De “La crisis de la educación”, texto de
1960 recogido en Entre el pasado y el
futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, 1996
–ampliando el original inglés Between Past and Future. Six Exercises in
Political Thought, 1961, en el que ya estaba incluído-.)
Porque la educación, si realmente pretende merecer ese nombre, no puede
conformarse con el fomento del éxito
individual de quienes están en condiciones
socioeconómicas de alcanzarlo, como hacían los sofistas de la
Atenas socrática o los preceptores
ilustrados de la Francia
rousseauniana, dejando al resto de la población al albur de los mercados para satisfacer sumisa y
precariamente sus imposiciones (eso
que, eufemísticamente, llaman demandas)...
La educación, como actividad organizada en torno a la transmisión del conocimiento humano a las siguientes generaciones, remite
inevitablemente a una dimensión política
que exige su articulación universal y
pública.
Nacho Fernández del Castro, 18 de Noviembre de 2012
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