«Yo
me empecinaba en mi paraíso escogido:
Un paraíso cuyos cielos tenían el
color de las llamas infernales, pero con todo un paraíso.»
(Vladímir
Vladímirovich NABOKOV; San Petersburgo, 22 de abril, 10 de abril del
calendario juliano, de 1899 — Montreux, Suiza, 2 de julio de 1977. Lolita, 1955 -2007,
por ejemplo, para una versión en castellano-.)
Cada
cual se imagina su propio paraíso...
Es más, el paraíso de cada cual es uno de los síntomas más evidentes del imaginario colectivo del que se
participa. O sea, que ninguna persona ultraliberal
tendrá un paraíso personal donde la igualdad (y la solidaridad para corregir cualquier mínima desviación) sea la norma;
como nadie, entre las gentes defensoras
del principio de igualdad, tendrá su paraíso
imaginario fundado sobre el desarrollo
de la libre competencia.
En cualquier caso, el paraíso propio es siempre excelso mientras permanece en ese cielo
nebuloso de lo imaginario, de lo que
es más determinante (de actitudes, relaciones y conductas) que determinado (por y en condiciones
objetivas reconocibles y cuantificables).
Para el Humbert de Nabokov su paraíso escogido, Lolita, era un tránsito permanente entre
el cielo a las llamas infernales... Pero él lo había elegido.
Ante quienes tienen la desgracia de ver
realizados sus sueños, éstos se llenan
rápidamente de sombras y aristas que, como las cosas del mundo de los sentidos con respecto a las ideas platónicas, los degeneran y
corrompen.
Así que la cosa está más o menos clara: la
verdadera dicha, las condiciones de posibilidad de un despliegue
fecundo de lo que uno sea, están en el proceso
de lucha por el paraíso terrenal.
Dicho de otro modo: vivir plenamente no es sino reconstruir
materialmente el camino hacia uno mismo. La meta es lo de menos.
Nacho Fernández del Castro, 11 de Octubre de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario