«Cuando mejores son las condiciones de su existencia, mayor
es su rebeldía.»
(Johann
Wolfgang von GOETHE; Fráncfort del Meno, Hesse, Alemania, 28 de
agosto de 1749 – Weimar, Turingia, 22 de marzo de 1832. Faust: der Tragödie zweiter Teil –Fausto:
Segunda parte de la tragedia-, 1832 -2009,
por ejemplo, para una edición en castellano de la obra completa-.)
De hecho, parece que se necesite un cierto
nivel de bienestar, de mejora en las condiciones objetivas de la existencia,
para que la “buena gente” (incluyendo eso que a los gobernantes de turno gustan
de llamar, en una hipótesis ad hoc
imposible de comprobar, “las mayorías silenciosas”) se plantee siquiera pensar en lo que pasa para, desde la crítica de lo dado, alentar la rebeldía que busca lo posible (y hasta lo
imposible).
Es, al fin y al cabo, el Primum
vivere, deinde philosophari clásico,
elevado por Descartes a la categoría de provisión
prudencial básica de la modernidad...
O sea, dicho en plata, que es difícil filosofar con el estómago vacío.
Pero, lo sabemos, vivir sin pensar (críticamente) nos condena a sobrevivir
como a otros les conviene... Y en eso estamos; en ello están los intermediarios políticos de los poderes reales: sus reformas educativas desde la vieja Ley General de Educación han marcado un constante arrinconamiento
de lo filosófico, del pensamiento crítico, en favor de ceremonias y rituales pseudoreflexivos
que, en realidad, no tenían más pretensión real que el “enseñar a la juventud a qué atenerse” (así lo reconocía incluso,
explícitamente, al referirse a la
Educación en Valores, la Ley
de la Participación,
la Evaluación
y el Gobierno de los Centros Docentes que auspiciara el ministro Gustavo Suárez Pertierra, aunque fuera
aprobada cuando éste ya era Ministro de Defensa y Jerónimo Saavedra Acevedo le
había sustituido en el Ministerio de Educación y Ciencia). Un proceso
legitimado por una supuesta “apuesta por lo
práctico” (o sea, por lo que es capaz de generar “mano de obra dócil” para esos
“mercados laborales flexibilizados” que van consolidando una nueva clase
social, el precariado).
No es probablemente la culminación de este
proceso en la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa
recién aprobada (con la eliminación de la presencia curricular de lo filosófico en un 75%), el peor de los
males que acechan al derecho universal a
la educación en nuestro país... Pero resulta significativo, que, bajo el “discurso
de las competencias” y el supuesto fomento de los “aprendizajes instrumentales”
(es decir, una vez más cuanto configura mano de obra sumisa y apta para
mercados laborales sometidos a una movilidad funcional y geográfica sin límites
y a una precarización ya esencial), se refuerce y “dignifique” la presencia
curricular de la Religión
mientras se disminuye y arrinconan los contenidos filosóficos.

¿Seremos, en medio de esta precarización de la vida, capaces de
sacar fuerzas para ir más allá de la consolatione
philosophiae?.
Nacho Fernández del Castro, 14 de Octubre de 2013
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