«Cerrar los ojos … no va a cambiar nada. Nada va a desaparecer
simplemente por no ver lo que está pasando. De hecho, las cosas serán aún peor
la próxima vez que los abras. Sólo un cobarde cierra los ojos. Cerrar los ojos
y taparse los oídos no va a hacer que el tiempo se detenga.»
(Haruki
MURAKAMI; Kioto, Japón, 12 de enero de 1949. Afirmación de Johnny Walken en 海辺のカフカ, Umibe no Kafuka –Kafka en la orilla-, 2002 -2006
para la edición en castellano-.)
Con frecuencia, aquí y ahora, en medio de
tanta sumisión aprendida, nos
sentimos tan impotentes ante los males del mundo que sólo acertamos a
refugiarnos en una torpe bajada de párpados, completada a veces con una
desatención auditiva del entorno.
Pero, claro, cerrar
los ojos y los oídos al oprobio
globalizado no es sino dejar el campo más libre para que los poderes reales sigan imponiendo sus intereses particulares y arbitrarios, ya
casi sin molestarse en envolverlos con la falacia repetida de “las necesidades del momento” (a fin de
cuentas tienen a sus intermediarios
políticos para sostener y legitimar lo que sea, por ejemplo que en España
no están bajando los salarios, con el rostro más pétreo y el mayor de los
desdenes).
En último extremo,
esas ceguera y sordera selectivas ante el sórdido espectáculo del mundo no es sino la postura del avestruz, la
cobarde actitud de quien, desde la inconsciencia un ingenuo solipsismo berkeleyano, espera que lo
que no es percibido por los sentidos no exista.
Por desgracia, quienes tienen verdadero poder saben bien que es precisamente la imposición de las condiciones del existir lo que acabará
por determinar las formas de percibir
y, desde ellas, la misma conciencia...
Así que emplean toda su industria (real y simbólica) en configurar tales condiciones a su capricho y
conveniencia.
Nacho Fernández del Castro, 12 de Octubre de 2013
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