«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un
tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en
cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella
estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo.»
(Juan Nepomuceno Carlos PÉREZ RULFO VIZCAÍNO; Sayula,
Jalisco, México, 16 de mayo de 1917 - México, D. F., 7 de enero de 1986; Premio
Príncipe de Asturias de las Letras 1983. Inicio de Pedro Páramo, 1955.)
En este mundo oscuro en el que,
entre el todo vale postmoderno y el sálvese quien pueda neoliberal, andamos
perdidos en una ceremonia de la confusión
en la que, eso sí, siempre ganan los mismos para que la derrota sea cada vez más
global, Ya resulta difícil saber quién
es nuestro verdadero padre... ¿Cómo reconocer en esas gentes griegas y romanas,
hoy
machacadas por todos (incluso por ellas mismos), a nuestros “padres civilizatorios”?,
¿cómo reconocer en ese Oriente más o menos lejano y agitado (el Egipto de los
faraones, la Persia
mítica, la Palestina
bíblica, la India
de los veda, la China
de Confucio y Lao-Tsé) el caldo de
cultivo maternal del que bebieron nuestro primeros progenitores?.
Aplastados por la corrupción interna y el descrédito
internacional unos, condenados por “conflictos irresolubles de divinidades
(muy terrenas)” otros, sometidos a las tensiones de la absorción del capitalismo productivo en sociedades estrictamente jerarquizadas unos terceros, no hay ya
madre que quiera decirnos quién es nuestro Pedro Páramo genitor para que
vayamos a conocerle... Quizás porque resultaría ya imposible que pudiéramos
reconocernos en la Grecia
de Amanecer Luminoso o en la Roma (tornada en Milán) de Silvio
Berlusconi y (tornada en Padania) de Umberto Bossi.
La gran madre
mediterránea está, en todas sus orillas, moribunda, pero ¿qué puede ya
pedirnos con respecto a nuestro padre (Europa, Occidente)?...
Acaso, tan sólo, que lo olvidemos.
Nacho
Fernández del Castro, 7 de Octubre de 2013
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