«Llamadme Ismael. Años atrás —no importa cuánto
hace exactamente—, con poco o ningún dinero en mi bolsillo y nada en particular
que me interesara en tierra firme, pensé que podría navegar por algún tiempo y
visitar la parte acuática del mundo.»
(Herman MELVILLE; Nueva York,
Estados Unidos, 1 de agosto de 1819 – 28 de septiembre de 1891.
Inicio de Moby
Dick, 1851.)
La verdad es que hoy, aquí y ahora, pese a la propaganda del ministro
Wert y su cohorte empresarial, el único emprendimiento
que realmente apetece es el del osado Ismael que, sin fortuna personal alguna ni argumentos
terrenales que despertasen sus anhelos, decidiera hacerse a la mar, en compañía de su reciente amigo polinesio y caníbal
Queequeg, junto una tripulación
“ya globalizada” en su diversidad infinita
y bajo las órdenes del taciturno y autoritario capitán Ahab, para perseguir obsesivamente
a Moby Dick, esa suerte de simbólico Leviatán materializado como enorme
cachalote blanco...
¡Al
final, más vale lanzarse a la aventura y los peligros desconocidos del mundo
acuático que someterse dócilmente a la vejación
institucionalmente orquestada de la ciudadanía
mediante el continuo desmantelamiento de
los derechos que fueran el núcleo de nuestra condición de seres humanos modernos!.
Claro
que el Ministerio de Trabajo consideraría, sin duda, ese impulso de Ismael la
positiva expresión de la audacia
emprendedora que alimenta esta sociedad
bajo la forma (lingüística) de movilidad
exterior (náutica, en este caso).
Nacho
Fernández del Castro, 2 de Octubre de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario