«Formular una pregunta equivale, muchas veces, a tirar una
piedra. Suba usted a lo alto de una colina, tome una piedra y échela usted a
rodar por la pendiente. La piedra arrastrará muchas otras y, sin que usted lo
piense, el pobre diablo que cultiva lechugas en su huerta para pasar
inofensivamente un día de asueto, sufrirá descalabros mortales y su viuda
contraerá segundas nupcias,»
(Robert
Louis Balfour STEVENSON; Edimburgo, Escocia, Reino Unido, 13 de noviembre de 1850 - Vailima,
cerca de Apia, Samoa, 3 de diciembre de 1894. Strange Case of Dr Jekyll and Mr. Hyde –El extraño caso
del doctor Jekyll y el señor Hyde-, 1886 -2009,
por ejemplo, para una edición en castellano-.)
Cualquier acción (o pregunta) afecta a
nuestro entorno más o menos próximo; y lo hace, muy especialmente, sobre las
personas que nos rodean, desde lo físico (las condiciones objetivas de su
existencia) hasta lo psíquico (sus estados de ánimo, sus expectativas vitales,
sus comportamientos y formas de relacionarse,...).
Por eso, aunque actuar (y preguntar) es no sólo recomendable, sino también inevitable (a fin de cuentas la inhibición ante el mundo es también una forma de acción, y, con frecuencia,
especialmente perversa), el activismo irreflexivo (o la constante inquisición), como ocurre en los ámbitos educativos, es muy peligroso... Porque va dejando, por un
lado, secuelas potencialmente nefastas
en quienes nos rodean y consolidando, por otro, una incapacidad constitutiva para planificar racionalmente el propio hacer
en quien actúa.
Nacho Fernández del Castro, 15 de Octubre de 2013
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