«Si uno quiere descubrir cualidades realmente excepcionales en el carácter
de un ser humano, debe tener el tiempo o la oportunidad de observar su
comportamiento durante varios años. Si este comportamiento no es egoísta, si
está presidido por una generosidad sin límites, si es tan obvio que no hay afán
de recompensa, y además ha dejado una huella visible en la tierra, entonces no
cabe equivocación posible.»

(Jean GIONO; Manòsca, Alpes de Alta Provenza, Francia, 30 de marzo de
1895 - 9 de octubre de 1970.
Párrafo de L’homme qui plantait des arbres –El hombre que plantaba árboles-, 1953
-2007,
por ejemplo, para una edición en castellano-.)
La cosa llega a
tal extremo que, por un lado, si uno no tiene nada (o casi nada) estará más
seguro en los territorios de la exclusión,
donde puede abundar la pequeña delincuencia o la rústica aspereza pero también
una solidaridad casi física entre seres desheredados, que en los ámbitos de la ley y el orden, siempre
propicios a convertir a quien poco (o nada) tiene en víctima propiciatoria para
las ambiciones de una “buena sociedad” presta a aprovechar su poder (más o menos abundante) en
beneficio propio y en perjuicio de quienes lo tengan en menor cuantía... Pero,
por otro y sobre todo, si, tras el tiempo y la oportunidad para comprobar las cualidades de un ser, descubrimos una generosidad total, una carencia absoluta
de egoísmo, una renuncia sin hipocresías
a cualquier pretensión de recompensa,
y la firme voluntad de dejar una huella
clara y fecunda en la tierra,
estamos, no cabe duda... ¡Ante un árbol!.
Nacho Fernández del Castro, 13 de Octubre de 2013
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