«Los escritores, por lo general, han sido y son
grandes fumadores. Pero es curioso que no
hayan escrito libros sobre el vicio del cigarrillo, como sí han escrito
sobre el juego, la droga o el alcohol. ¿Dónde están el Dostoiewsky, el De Quincey o el Malcolm Lowry del cigarrillo?. La primera referencia literaria al tabaco que conozco
data del siglo XVII y figura en el Don Juan de Moliere. La obra arranca con esta frase: "Diga lo que diga Aristóteles y toda la
filosofía, no hay nada comparable al tabaco... Quien vive sin tabaco, no merece vivir". Ignoro si
Moliere era fumador -si bien en esa época el
tabaco se aspiraba por la nariz o se mascaba-, pero esa frase me ha
parecido siempre precursora y profunda, digna de ser tomada como divisa por los
fumadores.»
(Julio Ramón
RIBEYRO ZÚÑIGA; Lima, Perú, 31 de agosto de 1929 - 4 de
diciembre de 1994.
Sólo para fumadores, 1987.)
Parece que el derecho a usar de lo que uno
tiene al alcance para su propia satisfacción, aún a costa de renunciar a años
de vida o a la salud postrera, está definitivamente en entredicho... Los “Padres
de la Patria”
(y también sus Madres) muestran especial empeño en configurar un arquetipo de la ciudadanía ejemplar que
no sólo atañe al puntual cumplimiento con Hacienda (cuestión que incluso puede
relajarse bastante siempre que uno gane suficiente dinero como para evadirlo),
sino y sobre todo a la obligatoriedad de “ser saludable y favorecer los hábitos
saludables de los demás”.
No
nos dejan, en fin, renunciar a esa “prolongación de la vida” o la “salud de los
últimos años” a cambio de nuestro gusto presente... Y dicen que lo hacen porque
nuestra muerte temprana afea las
estadísticas de esperanza de vida y
nos hunde en la escala de desarrollo
humano... Y nuestra mala salud postrera la habrá de pagar toda la ciudadanía
del momento.
En
realidad, lo sabemos, las causas son otras: a los Estados (y los intereses económicos
que representan) les molesta especialmente que cada cual pueda “hacer de su
capa un sayo”, les molesta que no alarguemos nuestra vida lo suficiente como
para justificar y legitimar sus propuestas de prolongación de la vida laboral activa y el consiguiente periodo de cotizaciones a la Seguridad Social
(y sobre todo a planes de pensiones
privados “complementarios”), les molesta que cesemos brusca y
prematuramente en nuestro papel de consumidores
de cuanto la publicidad oficial
nos dice que es bueno...
Evidentemente,
Dostoiewsky, Quincey, Lowry o el mismísimo Moliere, como tantas otras y otros,
hubiesen tenido serios problemas para entrar hoy en la nómina de los escritores publicables, pues su pluma nunca quiso
ponerse al servicio de lo que los poderes establecidos consideraban saludable...
¡Ellos, esos poderes, se lo pierden!.
Nacho Fernández del Castro, 1 de Julio de 2012
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