miércoles, 18 de julio de 2012

Pensamiento del Día, 18-7-2012


«Cierra los ojos para concentrarse, no para mostrar temor o abandono. 
Sólo para concentrarse, para estudiar palmo a palmo lo que hará durante 
los próximos diez segundos, para analizar el suelo milímetro a milímetro, 
pulgada por pulgada, para que después, cuando sólo él cuente, nada 
pueda detenerlo. Cierra los ojos para oírse a sí mismo por dentro, desde 
adentro, para adentro. Cierra los ojos para poder mirar mejor luego hacia 
afuera, cuando los diez segundos estén lanzados al espacio y él sea sólo 
uno más de los siete en línea, con la misma meta, con el mismo suelo, 
con las mismas alas en los pies. Cierra los ojos para escuchar su propio 
corazón y su respiración tranquila, para sentirse antes del esfuerzo, para 
probarse y convencerse nuevamente, una vez más, de que él puede, 
carajo, que nada malo puede pasar, que sólo son diez segundos y que 
nada más importa, que sólo son él y seis tipos más a los costados, pero 
nada más ni antes ni después: sólo el instante, la certeza abismal y 
aterradora de ese instante que se estira como un elástico hacia adelante, 
como en cámara lenta.»
 
 (Carlos O. ANTOGNAZZI; Santa Fe, Argentina, 14 de mayo de 1963. Punto muerto, 1987.)
Hoy, en el setenta y seis aniversario del golpe de estado que los inciviles vencedores dieron en llamar Alzamiento Nacional, seguramente muchas trabajadoras y trabajadores recuerdan aún que era también el día en el que, durante cuarenta años, el autodenominado Generalísimo, Caudillo de España por la Gracia de Dios (¡menuda gracia la que tuvo este ser supramundano!; al menos los dioses filosóficos, como el Nous de Anaxágoras de Clazomene o el propio Acto Puro aristotélico, eran perfectamente capaces de resistirse a intervenir en el mundo, y así lo vería la tradición musulmana del Califato de Córdoba con Averroes a la cabeza), recibían, desde el paternalismo patriarcal más simbólico, como si fuese una especie de efluvio monetario periódico emanado directamente del “glorioso levantamiento armado”, la paga extraordinaria capaz de renovar, en el asueto estival (en los poquísimos casos en el que, entre pluriempleos y dobles economías familiares, éste era posible) los “alegres sones de la Victoria”...
Y viene la cosa a cuento, porque sus herederos intelectuales (frecuentemente también genéticos) “democráticos”, liberados por el neoliberalismo de las pequeñas cargas derivadas del paternalismo patriarcal, acaban de decidir privar a su funcionariado (salvando sólo a quienes no llegan siquiera a ser mileuristas) de la paga extraordinaria que preparaba la segunda época de ¡alegría institucional”, esa Natividad del Señor tan grata al nacionalcatolicismo (porque, el ella, hasta los infantes, Chenchos, del mundo que se extravían en el luminoso jolgorio de las calles y plazas acaban siendo siempre milagrosamente recuperados por La Gran Familia).
Ante esta situación, quizás debiéramos cerrar los ojos y pensar qué hemos ganado realmente entre aquel oprobio particular y genocida y esta infame pseudodemocracia, ínfima en la calidad y cantidad de sus cauces de participación y expresión popular, representativa más en el sentido ceremonial (sucesión de rituales teatralizados) que en el de vinculación a la ciudadanía, con una casta política más preocupada por el bien de los amos del mundo (verdadera timocracia) que por el bien común...
Lo malo es que, por mucho que corramos, aquí estamos; por mucho, que anticipemos el terreno palmo a palmo, serán otros los que lo califiquen y recalifiquen; por mucho que intentemos oírnos a nosotros mismos (por dentro, desde adentro, para adentro), miles de ruidos ociosos y alienantes en una ceremonia de la confusión interesada nos lo impedirán; por mucho que tratemos de mirar hacia afuera, otros impondrán mediáticamente lo que vemos; por mucho que intentemos controlar nuestra respiración para autoconvencernos de que podemos, la sumisión aprendida o la indignación reactiva nos lo impedirán...
Y es que, acaso, la diferencia entre el oprobio particular franquista y el oprobio globalizado pseudodemocrático no vaya más allá de los cien metros; pero pasar de uno a otro no fue cosa de diez segundos.
La construcción de una verdadera democracia (donde, por ejemplo, nadie deba renunciar a derechos salariales para contentar a “europeos señores de negro”, mantener una casta política hipócrita y corrupta o salvar a banqueros de sus propios desmanes) tampoco va a ser cosa de una instante... Pero, claro, hay que cerrar los ojos para acumular la certeza abismal y aterradora que nos exija abrirlos para ponernos inmediata y colectivamente a ello.
Nacho Fernández del Castro, 18 de Julio de 2012

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