«—¿Embalsamarlo?. ¿Estás
loco?. ¿Crees que quiero convertirme en una momia, rellenarme la cabeza de
paja?.»
(James Graham
BALLARD; Shangai, China, 18 de noviembre de 1930 –
Londres, Reino
Unido, 19 de abril de 2009. Holliday al final
de The Voices of Time
-Las voces del tiempo-, 1962.)
Y
así, proyecta una burocracia docente que
se torna en las aulas en una cultura
escolar tan monocorde y rígida que, lejos de servir de cauce emancipador, se convierte en el mayor
obstáculo para el verdadero desarrollo
educativo de cada cual en medio del multiculturalismo
creciente de la sociedad. La escuela,
de hecho, como institución presente
en la sociedad de la apariencia y el
espectáculo (la sociedad del “ascenso
de la insignificancia” que diría Cornelius Castoriadis) ha pasado a
centrarse más, casi exclusivamente, en su papel normalizador de cara a dicho entorno: normaliza y homologa al servicio de un “modelo de ciudadanía” traducido como el arquetipo del consumo individual de símbolos que conforman identidades.
La
escuela, en suma, ha de “gestionar eficazmente
sus ceremonias”, reiterativas y
recursivas, casi rituales, capaces de
forzar la conversión semántica y pragmática
de los valores que llenan sus grandes
declaraciones genéricas de principios
(esa autonomía personal, esa solidaridad, ese espíritu crítico que aparecen en todo proyecto educativo que se precie) en comportamientos sociales que aceptarán sumisamente que sus diferencias sólo tienen sentido, sólo son
“aceptables” y “normales”, en cuanto vengan dadas por hábitos de consumo simbólico... Vamos que la propia identidad no va, no puede ni debe ir, más allá de lo que simboliza beber cerveza con o sin, hacer
turismo de playa o de montaña, utilizar Microsoft o Apple, preferir el cine
europeo o el americano...
En
realidad, se trata de una tarea muy parecida a embalsamar a cada joven... Y crear un mundo de momias con la cabeza
llena de paja para que puedan funcionar sin problemas a partir de automatismos externos.
Nacho Fernández del Castro, 10 de Julio de 2012
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