lunes, 2 de julio de 2012

Pensamiento del Día, 2-7-2012


«Sé el tiempo que se tarda en ponerse una el quimono y peinarse debidamente. Las niñas eran muy guapas y me alegraba de que ellas y otras llevasen quimono para hacerme sentirme en casa, por lo menos a mi llegada. Cuando vivía en el Japón antes de la guerra, todas mis amigas llevaban quimono. Las más modernas y liberales tenían tal vez un vestido a la moda occidental o un traje de chaqueta, pero era muy raro y no estaba bien visto. Ahora, sin embargo, las mujeres japonesas van vestidas a la moda occidental todos los días de la semana excepto en las recepciones de gala, cuando se visten con quimono, y muchas de ellas tienen sólo uno y otras ni uno siquiera. Hay excepciones, desde luego. Las mujeres mayores siguen conservando la antigua tradición y también ciertas mujeres distinguidas, que llevan el quimono hasta para dirigir sus negocios. Mi amiga más íntima lo lleva porque le sienta bien. Ha alcanzado una edad y posición social en la que puede ponerse lo que le guste y siempre queda bien. La imagen de Tokio enmarcaba aquella gente que había ido a recibirnos con flores y fotógrafos. Sabía lo que había sufrido aquella ciudad durante los bombardeos de la guerra, y que ahora, ya reconstruida, representaba un símbolo del Japón nuevo y próspero que me resultaba desconocido. Hasta la gente que fue a recibirme parecía haber cambiado para bien. El frío protocolo había desaparecido. Oí risas espontáneas y reales. Todo el mundo hablaba con libertad y sin miedo. Aquello era algo nuevo. La amable cortesía prevalecía aún, pero la vida y el optimismo brotaban por doquier como si hubiera desaparecido la antigua tirantez del trato social. Aquélla fue la primera impresión que recibí esa noche, y hablaré de ella una y otra vez porque se reflejaba de muchas maneras distintas.»
 (Pearl Sydenstricker BUCK; Hillsboro, West Virginia, Estados Unidos, 26 de junio de 1892 - 
Danby, Vermont, 6 de marzo de 1973; Premio Nobel de Literatura 1938. 
A Bridge for Passing -Puente de paso-, 1962.)
Muchas veces necesitamos una fuerte sacudida para darnos cuanta de nuestras obcecaciones y liberarnos de un montón de rutinas y rigideces absurdas... Nos ocurre, en fin, como a esos infantes encerrados en sus caprichos del momento a quienes sólo un buen meneo puede hacer “entrar en razón”...
Pero hay un problema... Puede ser verdad que los grandes desastres faciliten la respuesta colectiva y solidaria, la voluntad común de levantarse con nueva hálito más desinhibido y alegre; pero ese colectivo, esa voluntad común habrá dejado tras de sí muchas de las personas que eran también sus potenciales integrantes, incapaces de superar el gran trauma, la gran prueba, la profunda crisis.
Así ocurre aquí y ahora... Podemos estar dispuestos a aceptar los discursos sobre el cambio de paradigma o de sistema, o, más modestamente, sobre las oportunidades que nos brinda la crisis para apostar por un decrecimiento racional y sostenible, para reformular nuestros hábitos y costumbres hasta hacerlos, en el agregado social, ecológica y económicamente sustentables a largo plazo. Podemos hacerlo, incluso podemos sentir la tentación en ocasiones (especialmente si gozamos el privilegio de una cierta estabilidad sociolaboral y personal) de participar del “cuanto peor, mejor”, que anticipa los cambios inevitables que vendrán dados por la imposibilidad de mantener unas estructuras de producción y distribución de riqueza tan profundamente injustas y responsables de tan insultantes desigualdades...
Pero, ¿qué pasará en el proceso con esa inmensa mayoría de la población mundial que vive constantemente amenazada por la miseria y el hambre?, ¿que paserá con el creciente sector de las víctimas de la precarización vital en el viejo mundo rico?..
Puente de pasoNo podemos, evidentemente, aceptar sin más que muchos de ellos queden en el camino, convirtiéndose en chivos expiatorios, en víctimas propiciatorias... Tampoco podemos seguir aceptando una contribución al parcheo y apuntalamiento de un sistema que lleva la injusticia y la exclusión en su propia esencia... Y esa es nuestra gran paradoja: reconstruir la solidaridad entre iguales fuera del (luchando contra el) marco institucional que, precisamente, la hace urgente y necesaria.
Nacho Fernández del Castro, 2 de Julio de 2012

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