viernes, 13 de julio de 2012

Pensamiento del Día, 13-7-2012


«La primavera, en su sazón, llegaba como una fiebre; era como si la isla, tras revolverse y agitarse inquieta en el lecho cálido y húmedo del invierno, un buen día se despertara de golpe, súbitamente, pletórica de vida bajo un cielo azul de jacinto en el que se elevaba el sol, envuelto en brumas frágiles y de un amarillo delicado, cual capullo de seda recién concluido. Para mí la primavera era uno de los mejores tiempos del año, porque toda la fauna de la isla estaba entonces en ebullición, y el aire lleno de esperanza.»
 (Gerald, Gerry, Malcolm DURRELL; Jamshedpur, Bihar, India, 7 de enero de 1925 – 
Saint Helier, Reino Unido, 30 de enero de 1995. The Garden of the Gods -El Jardín de los Dioses-
1978 -2002 para la edición en castellano-.)
Frecuentemente, cuando miramos a nuestro alrededor y vemos en las calles personas protestando que nunca habían movido un dedo por nadie, sentimos la tentación de deslegitimarlas en su incipiente rebeldía o, al menos, de recordarles vehementemente el legendario texto del pastor luterano Martin Niemöller (atribuido habitualmente al compromiso poético de Bertolt Brecht) sobre lo irreversible que se torna la falta de respuesta, de resistencia, de lucha ante los abusos de poder que “no nos tocan” personal y directamente.
Pero tampoco es justo... Porque sabemos que son las condiciones materiales en las que se desenvuelve la vida de cada cual las que determinan su conciencia y sus posicionamientos éticos y políticos, y no al revés... Y, sobre todo, porque, cuando la desmesura del oprobio globalizado es tal que tolera ya los obscenos “¡Que se jodan!” gritados, ante los recortes de las percepciones de las víctimas de desempleo, en el templo de la representación popular (entiéndase como se prefiera) por cualquier hija de un acumulador de causas de presunta corrupción y prevaricación, cualquier apoyo, cualquier guiño, cualquier cuerpo y conciencia debe ser bienvenido a la causa de la denuncia frente a una casta política que, pagada de sí misma, sólo resulta eficiente en la, cada vez menos encubierta, defensa de los intereses que realmente representa: los del gran capital transnacional.
Así que, lejos, de recibir con críticas y recelos a quienes se incorporan hoy al clamor de las calles, a los cortes de vías públicas, al grito airado contra su sobrevenida condición de paganos para beneficio de grandes poderes financieros, debemos mirar el nuevo panorama con la alegría que derrochaba Gerry Durrell ante la irrupción de la primavera en su amada Corfú: es el gran síntoma de la ebullición de la vida, pletórica bajo un sol que parecía desaparecido en la nubosa sumisión del invierno, convertida en capullo presto a eclosionar... Y, ya se sabe, “donde hay vida, hay esperanza”.
Nacho Fernández del Castro, 13 de Julio de 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario