«Nadie llega nunca a conocer a nadie.»
(Bret Easton
ELLIS; Los Ángeles, Estados Unidos, 7 de marzo de 1964. The Rules of
Attraction
–Las Leyes de la
Atracción-, 1987.)
Afortunadamente los seres humanos seguimos teniendo una cierta capacidad para sorprendernos y sorprender... Aunque unos más que otros: resulta curioso (y sorprendente), por ejemplo, que una
buena parte de la ciudadanía votante
se muestre ahora tan sorprendida por las
“mediadas de ajuste y recortes” del gobierno pese a la nula sorpresa que a muchos (poco entusiastas
de la gran pantomima de las urnas)
nos causan las ya casi normalizadas ceremonias
de “los viernes negros” que, para mayor frustración de cualquier estímulo de la economía, desincentivan totalmente
nuestras residuales intenciones de ocio
consumista de cada fin de semana.
En cualquier caso, la sorpresa, como casi todo,
“va por barrios” (nunca mejor empleado el tópico, pues, por ejemplo, lo que
sorprende en el madrileño barrio de Salamanca no lo hará en El Raval barcelonés
y viceversa; o, para que no se me acuse de tendencioso procatalán, lo que
sorprende en el San Blas matritense no lo hará en el Sarriá de la ciudad condal
y viceversa) y nunca se da a gusto de todos (por ejemplo, “lo que jode”, con
negativa sorpresa, a parados, mineros, funcionarios, personas dependientes o
pequeños comerciantes, parece entusiasmar, con sorpresa positiva hasta la
celebración soez, a Andrea Fabra y es aplaudido por toda la bancada de “representantes”
populares en el Congreso).
En
fin, que será verdad que “nadie llega a
conocer nunca totalmente a nadie”, como suelen hacer notar de palabra, obra
y omisión los personajes de ese nuevo heraldo
de la provocación pseudoliteraria norteamericana que es Bret Easton Ellis,
pero, al menos, cuando la ciudadanía decide meter un papel en las urnas cabría
esperar que lo hiciese con cierta previsión (responsable)
de lo que se derivará de la posibilidad de que su voluntad manifiesta se torne en voluntad
popular, más allá de los hermosos papeles mojados en los que se imprimen
todos los programas electorales... Aunque
sólo sea porque alguien, conociendo por cualquier causa el sentido de su voto,
podría echárselo en cara.
Nacho Fernández del Castro, 16 de Julio de 2012
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