«...En Carne siempre se está de luto: unos —los más chicos—
porque tienen que quedarse, y otros —los mayores— porque tienen que marchar;
los profesores, porque el luto es respetable; y sus esposas, porque la
respetabilidad nadie la paga. Ahora que el semestre de Pascua estaba a punto de
terminar, la niebla pegajosa y lóbrega, más firma que nunca, ondeaba en las
grises torres de Carne como un sudario.»
(David John
Moore Cornwell, conocido por su
pseudónimo literario John le CARRÉ;
Poole, Dorset, Inglaterra, 19 de octubre de
1931. Fragmento rememorando el espíritu
de la elitista Carne School londinense en el “Capítulo I: Velas negras” de A
Murder of Quality -Asesinato de calidad-, 1962.)
Llevamos camino de que la vieja Europa entera
se convierta en uno de esos arcanos y anquilosados colegios británicos (como la Carne School londinense que
le Carré nos presenta) en los que el elitismo
trasnochado y absurdo acaba por convertirse en luto... Luto de la juventud por tener que recuperar el nomadismo (ahora laboral) para sobrevivir,
luto de los mayores por ver languidecer y diluirse derechos y servicios públicos
por los que lucharon hasta considerarlos un logro irreversible, luto de quienes
acaban de llegar desde mundos más
precarios e inhóspitos por tener que enfrentarse a la exclusión y la amenaza del desairado
retorno, luto de una casta política
que ha perdido toda autonomía en la toma
de decisiones porque el luto (como el esfuerzo
o el sacrificio comunes) queda bien en sus discursos
vacíos, luto de quienes siempre han perdido a lo largo de la historia
porque ese “quedar bien” lo acabarán pagando ellos una vez más...
En
fin, sólo quienes han sabido situarse en ese marco transnacional que, bajo eufemismos globalizadores, se constituye en el club de los nuevos amos del mundo, se sienten verdaderamente más
allá de cualquier realidad o apariencia luctuosa... Realmente pueden permitírselo.
Porque siempre ganan y, cuando decidan retirarse del ejercicio de su omnímodo poder, aún recibirán jugosas
compensaciones y prebendas.
Nacho Fernández del Castro, 27 de Julio de 2012
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