domingo, 22 de julio de 2012

Pensamiento del Día, 22-7-2012


«Los verdaderos productores de alimentos —las abrumadoras 
mayorías rurales del Tercer Mundo— están siendo progresivamente 
privados del control de lo que producirán y de las cosechas 
resultantes. Las imitaciones del modelo occidental de alta 
tecnología y la continua subordinación a sistemas alimentarios 
externos no son fenómenos que consigan eliminar el hambre... 
Sólo lo harán aumentar. Las preguntas relevantes en la 
“problemática del hambre” serían entonces: “¿Quién controla los 
excedentes?”. “¿Quién tiene el poder para decidir que constituye 
el excedente obtenido a costa de los hambrientos y desnutridos?”.»
 
 (Susan Vance Akers, conocida como Susan GEORGE; Akron, Ohio, Estados Unidos, 29 de junio de 1934, ciudadana francesa desde 1994. Enferma anda la Tierra, 1987.)
La pérdida del sentido común de lo cercano, del producir para el consumo de quienes nos rodean, ha derivado en lo que muchos llaman progreso para una pequeña parte de la humanidad (las clases medias y altas de los países económicamente desarrollados y subdesarrollantes del llamado Norte, y las pequeñas élites de los países económicamente subdesarrollados y desarrollantes del llamado Sur), mientras la inmensa mayoría del planeta (unas clases bajas del Primer Mundo progresivamente sometidas a una precarización vital hasta convertirlas en un creciente cuarto mundo, y la abrumadora mayoría de las poblaciones rurales y urbanas del Tercer Mundo) languidece en medio del hambre y la miseria.
La gran trampa de la transferencia tecnológica, que en principio podría haber sido liberadora con respecto a las penalidades de los trabajos tradicionales, es el sometimiento a un sistema de continuas intermediaciones y artefactos financieros capaces de convertir dicha “aportación” en una deuda eterna... Deuda que implica, ante todo y sobre todo, la enajenación del propio trabajo mediante la renuncia explícita a cualquier control sobre los resultados del mismo por parte de los productores directos. El paso del control de la producción agrícola y ganadera de buena parte del mundo económicamente subdesarrollado a manos de las grandes transnacionales alimentarias ha supuestos no sólo un incremento del hambre en el planeta, sino, sobre todo, la renuncia por parte de estos países (y, consiguientemente, de sus poblaciones dedicadas a la agricultura y ganadería) a decidir qué son y qué se hace con los excedentes alimentarios. O, lo que es casi lo mismo, cuánta hambre y desnutrición se puede generar en el mundo manteniendo la producción que garantice los excedentes que permitan la “regulación de los precios de los alimentos” por la gran industria transnacional. No es éste un fenómeno nuevo: bien lo sabe, por ejemplo, Costa de Marfil, la “Suiza africana del postcolonialismo” de la que tan orgullosa se mostraba la metrópoli francesa, con su economía nacional hundida ya en la segunda mitad de los años ochenta del pasado siglo por los precios impuestos por las grandes multinacionales del café y del cacao.
¿Estamos dispuestos a aceptar que todo esto, la cesión del control sobre los excedentes y la fijación misma de lo que son excedentes, pase también, aquí y ahora, con unos servicios sociales básicos contemplados como mero negocio?.
Nacho Fernández del Castro, 22 de Julio de 2012

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