lunes, 23 de julio de 2012

Pensamiento del Día, 23-7-2012


«El texto de La cantante calva o del manual para aprender inglés (o ruso o portugués), compuesto de expresiones hechas, de los clisés más gastados, me revelaba, por eso mismo, los automatismos del lenguaje, del comportamiento de la gente, "el hablar para no decir nada", el hablar porque no hay nada personal que decir, una ausencia de vida interior, la mecánica de lo cotidiano, el hombre inmerso en su medio social sin diferenciarse de él. Los Smith, los Martin no saben ya hablar porque ya no saben pensar, no saben ya pensar porque ya no saben conmoverse, ya no tienen pasiones, no saben ya ser, pueden "transformarse" en cualquier persona, en cualquier cosa, pues al no ser ya no son sino los otros, el mundo de lo impersonal, son intercambiables: se puede poner a Martin en lugar de Smith y viceversa, que no nos daremos cuenta. El personaje trágico no cambia, no se quiebra; es él, es real. Los personajes cómicos son personas que no existen.»
 
 (Eugène IONESCO; Slatina, Rumania, 26 de noviembre de 1909 — París, Francia, 28 de marzo de 1994.  
Notes et contre-notesNotas y contranotas-, 1962.)
Hace cincuenta años Ionesco ya reflexionaba sobre los efectos que en la ciudadanía de a pie tenía el modelo de desarrollo basado en la explotación y el consumo propio de las sociedades contemporáneas, democráticas y económicamente desarrolladas en virtud del progreso tecnológico...  En realidad la cosa venía de antes, del periodo de entreguerras y la postguerra animada por Mr. Marshall (Ionesco había escrito La cantante calva justo en mitad del pasado siglo).
El lenguaje, cada vez más sometido a tópicos y lugares comunes, a expresiones automatizadas y giros formularios, aparecía ante sus ojos como el gran síntoma de unos comportamientos sometidos al “automatismo de lo cotidiano”...  La continua necesidad de hablar para no decir nada indica que, en realidad, no hay nada que decir entre unos seres vaciados de sí mismos, enajenados de lo que son, convertidos en “unidades de explotación y consumo” homologables e intercambiables... Gentes, pues, sin verdadera dimensión ética ni política, que pueden bascular entre el sumiso cumplimiento de las normas y leyes de cada tiempo y lugar, y el ciego (léase fanático) seguimiento de cualquier credo moral.
Cuando la capacidad racional para emocionarse y conmoverse languidece, el mundo puede tornarse cómico por absurdo, pero es un trasunto virtual de la nada, una mera apariencia... Una apariencia trágica en la mirada de quienes aún son capaces de sentir la injusticia y rebelarse, de permanecer en su ser.
Algo no muy diferente del aquí y del ahora... Y que explica muchas cosas.
Nacho Fernández del Castro, 23 de Julio de 2012

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