«Hoy en día ya no se puede preguntar a una persona a quién vota
ni, en un país católico, cuál es su religión. Las preguntas sobre las
preferencias sexuales son indiscretas y de cocina suele hablarse
preferentemente durante las comidas, por lo que, quizá, la única
pregunta reveladora de tu personalidad que aún se te puede
formular es si lees o no y, en caso afirmativo, cuáles son tus gustos.»
(Donna LEON; New Jersey,
Estados Unidos, 28 de septiembre de 1942. Reflexión del
comisario Guido Brunetti en La chica de sus sueños, 2008.)
Resultan
hoy imprudentes muchas preguntas que ayer eran triviales o convenientes, una
mera muestra de interés en el contacto
personal o, incluso, por parte de quien era interrogado, la ocasión para realizar una ufana declaración
de identidad voluntaria.
Hoy, con frecuencia, en pleno descrédito de
la política y la religión, cuyos “oficiantes” transitan en caída libre por los
puestos más bajos de todos los índices de
valoración social, el voto, la militancia o las afinidades ideológicas de
cada cual se tornan en secreto casi vergonzante, mientras la fe, las creencias
o las prácticas litúrgicas de las que alguien participa se consideran un dato íntimo cuya revelación constituye
casi un detalle de mal gusto.
Otras adscripciones más “naturales”, como
los gustos sexuales y culinarios (tan
relacionados en muchas tradiciones), se reservan, por su parte y como tema de
conversación, al ámbito de lo reivindicativo (desde la necesidad del reconocimiento social o la denuncia de discriminaciones) o el engolamiento estético (dando primacía al
hacer del artesano como espectáculo frente al placer del comensal)...
En fin, ¿de qué puede hablar uno, aquí y
ahora, con alguien que acaba de conocer en un acto social cualquiera o con
quien acaba de coincidir, sin previo conocimiento, en la barra de cualquier
bar?... Cuando el tiempo atmosférico no da razón al comentario y la falta
de confianza desaconseja el tópico “¿cómo va la cosa?” (cuya prohibición
explícita, por otra parte, comienza a aparecer en muchas cafeterías y tugurios
variopintos), sólo cabe recurrir a una cuestión clave en este mundo virtualizado: la condición lectora.
Y es que el hecho de leer o no, hoy, y las
características, en su caso, de los géneros, páginas y plumas preferidas
definen más, y con menor rubor, a una persona que cualquiera de sus otras identidades (más o menos voluntarias, más o menos naturales)... Y, además (lo cual no es
menguada ventaja), es un indicador más fino de posibles incompatibilidades personales, por lo que tiende a transformar rápidamente
toda discrepancia manifiesta en un corte del contacto.
Nacho Fernández del Castro, 26 de Julio de 2012
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