«Tal vez sería más exacto decir
que las viejas damas indignas no debieran confesarse, ni explicarse, ni
justificarse, ni dar testimonio ni dejar memoria de nada. Sin embargo, aquí
estoy yo, empezando mi tercer libro de memorias. Seguramente no he alcanzado
todavía el grado de insumisión suficiente para sentirme liberada de un tipo de
compromisos contraídos mediante tramposas coacciones, ni para ingresar, como a
veces me gustaría, en la cofradía de viejas damas indignas.»
(Esther TUSQUETS
GUILLÉN; Barcelona, 30 de agosto de 1936 - 23 de julio de 2012. Inicio del “Capítulo I: Las viejas damas indignas no se confiesan” de Confesiones de una vieja dama indigna, 2009.)
Las viejas damas indignas, ahora también indignadas, gozosamente insumisas y liberadas de los compromisos y convenciones impuestos coactivamente por
una sociedad absurda, no necesitan justificarse porque su misma presencia es un grito de vida real en estos tiempos virtuales, una prueba inequívoca
de que otros mundos (y otros modos de
vivirlos) son posibles.
Más allá de contradictorias confesiones, explicaciones
oscuras, confusos testimonios o memorias sesgadas, la maravillosa fuerza vital de estas viejas damas indignas demuestra que la dignidad está socialmente sobrevalorada...
Porque la dignidad parece atribuirse
a los banqueros que nos roban, a la casta
política que legitima esa estafa
y nos obliga a pagar los platos rotos
(y los sanos, con la opípara comida para todos ellos), a las togas que desahucian y condenan a quien
se rebela frente al oprobio globalizado, a las porras que machacan desaforadamente
cualquier brote resistente...
Así que hay que estar con la indignidad y la indignación de las viejas
damas, algunas de cuyas más socarronas y lúcidas palabras acabamos de poder
oír en la Semana Negra gijonesa... Por desgracia, una más de
entre ellas, la que logró poner a nuestro alcance algunas de las mejores
historias escritas en el mundo de la segunda mitad del pasado siglo, acaba de
desaparecer.
Es, pues, nuestra obligación asumir la parte
alícuota de la inmensa condición de vieja
dama indigna que deja vacante... El mundo y quienes aman la buena lectura
nos lo agradecerán.
Nacho Fernández del Castro, 24 de Julio de 2012
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