martes, 24 de julio de 2012

Pensamiento del Día, 24-7-2012


«Tal vez sería más exacto decir que las viejas damas indignas no debieran confesarse, ni explicarse, ni justificarse, ni dar testimonio ni dejar memoria de nada. Sin embargo, aquí estoy yo, empezando mi tercer libro de memorias. Seguramente no he alcanzado todavía el grado de insumisión suficiente para sentirme liberada de un tipo de compromisos contraídos mediante tramposas coacciones, ni para ingresar, como a veces me gustaría, en la cofradía de viejas damas indignas.»
 
 (Esther TUSQUETS GUILLÉN; Barcelona, 30 de agosto de 1936 - 23 de julio de 2012. Inicio del “Capítulo I: Las viejas damas indignas no se confiesan” de Confesiones de una vieja dama indigna, 2009.)
Las viejas damas indignas, ahora también indignadas, gozosamente insumisas y liberadas de los compromisos y convenciones impuestos coactivamente por una sociedad absurda, no necesitan justificarse porque su misma presencia es un grito de vida real en estos tiempos virtuales, una prueba inequívoca de que otros mundos (y otros modos de vivirlos) son posibles.
Más allá de contradictorias confesiones, explicaciones oscuras, confusos testimonios o memorias sesgadas, la maravillosa fuerza vital de estas viejas damas indignas demuestra que la dignidad está socialmente sobrevalorada... Porque la dignidad parece atribuirse a los banqueros que nos roban, a la casta política que legitima esa estafa y nos obliga a pagar los platos rotos (y los sanos, con la opípara comida para todos ellos), a las togas que desahucian y condenan a quien se rebela frente al oprobio globalizado, a las porras que machacan desaforadamente cualquier brote resistente...
Así que hay que estar con la indignidad y la indignación de las viejas damas, algunas de cuyas más socarronas y lúcidas palabras acabamos de poder oír en la Semana Negra gijonesa... Por desgracia, una más de entre ellas, la que logró poner a nuestro alcance algunas de las mejores historias escritas en el mundo de la segunda mitad del pasado siglo, acaba de desaparecer.
Es, pues, nuestra obligación asumir la parte alícuota de la inmensa condición de vieja dama indigna que deja vacante... El mundo y quienes aman la buena lectura nos lo agradecerán.
Nacho Fernández del Castro, 24 de Julio de 2012

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