«Me asombro: tengo miedo de Ia muerte, un miedo cobarde y pueril.
Sólo me gusta vivir a condición de quemarme (de lo
contrario sería necesario querer permanecer). Por extraño
que parezca, mi escasa obstinación por durar
me priva de la fuerza para reaccionar: vivo ahogado
por la angustia y
tengo miedo de la muerte justamente porque
no amo la vida.»
(Geprges BATAILLE; Billom, Francia, 10 de septiembre de 1897 –
París, 9 de julio de 1962.
L'Impossible
-Lo imposible-, 1962.)
Lo que no sobra es una pequeña reflexión
sobre qué provoca (y a través de qué mecanismos) tan desaforadas intervenciones
policiales... Y es que la simple “obediencia
debida en una escala jerárquica” tan recurrente para todos los ejercicios de violencia institucional (léase fascismo)
desde Nuremberg, parece insuficiente ya para explicar esas actuaciones “individualizadas”
de quienes, se supone, deben velar por el orden.
Evidentemente, como seres humanos (esto es, claro, una simple hipótesis), quienes así actúan sólo pueden pertenecer al grupo de “los
que no aman la vida”, porque sólo de
ahí se puede derivar una práctica tan angustiada y patética de miedo a la muerte. En efecto, mientras
los robocops funcionan en grupo y a
cierta distancia, emplean sus “instrumentos disuasorios” con cierta pericia técnica
para buscar la dispersión de las masas, pero es precisamente cuando se ven
envueltos por éstas cuando se desata una sensación de ahogo que deriva en incapacidad para la reacción racional y, a través de los automatismos ligados a una falta
de interés por la vida, en la cobardía
pueril que les obliga a “quemar sus armas” empleándolas con total
desmesura (de "bien cebados" frente a menesterosos).
Esto, desde luego, no legitima en absoluto sus acciones, sólo los convierte en autómatas irracionales al servicio de los
intereses de sus amos (la extensión
del miedo como instrumento de control social).
Bataille ya lo intuía así poco antes de
morir hace cincuenta años.
Nacho Fernández del Castro, 11 de Julio de 2012
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